Casa de Moneda
Buenos Aires

Historia de la primera Casa de Moneda de Buenos Aires
por Enrique Peña (1895)

Primera Casa de Moneda en Buenos Aires
Acuñación de 1827-1861

La constante aspiración de los gobiernos que surgieron de la revolucion de 1816, fué qe el nuevo Estado que se formaba sobre las ruinas del antiguo virreynato del Rio de la Plata poseyera una moneda propia como tenía ya un escudo y una bandera, simbolos, respectivamente de una soberanía y de su independencia.

La Asamblea Constituyente de 1813, dictando actos que importaban la independencia del pais, mandó que la Casa de Moneda de Potosí fabricara piezas de oro y plata de la misma ley y de igual peso que las antiguas españolas; pero sustituyendo las armas de la metropoli por el escudo de la Asamblea, reemplazando el busto del rey por un sol, y asignándoles estas leyendas: en el anverso PROVINCIAS UNIDAS DEL RIO DE LA PLATA, y en el reverso EN UNIÓN Y LIBERTAD.

En virtud de esa ley en 1813 y 1815 se fabricaron monedas de oro y plata, interrumpiéndose la acuñación a consecuencia del desastre de Sipe-Sipe.

Sometido el Alto Perú, por las armas del rey, el Director Pueyrredón dictó un decreto en 21 de mayo de 1819 estableciendo un Bando de Rescates en La Rioja y una casa de Moneda en Córdoba: pero ni una ni otra institución llegaron a existir.

La Provincia de Tucumán en 1820, Mendoza durante la administracion del coronel Molina, La Rioja y Santiago del Estero, en 1823, sellaron moneda de plata en pequeñas cantidades.

Buenos Aires sentía más que ninguna otra provincia la necesidad de moneda, sobre todo de la de vellón y comprendiéndolo asi la Junta de 1821 dispuso en Octubre de ese mismo año, que se acuñara en Europa moneda de cobre.

Para cumplir esa ley, el Poder Ejecutivo contrató con los señores Kalph Haton de Birmingham la fabricación de 50.000 pesos en piezas de cobre de un décimo, los cuales fueron puestos en circulación el 23 de Julio de 1823.

Esta moneda fue la primera que circuló en la República como de vellón, satisfaciéndose con ella una de las más grandes necesidades del comercio y del público.

Estas cantidades de numerario lanzadas a la plaza, se desparramaron bien pronto por todo el país, de modo que al poco tiempo empezaron a escasear.

Durante la discusion de la ley de 1821, se hicierona lgunas observaciones acerca del peligro que encerraba el hecho de acuñar moneda en el extranjero fuera de la vigilancia directa del Gobierno. Fué objeto tambien de un interesante debate, la fijación de la ley, división y condición en que debía sellarse la moneda, aceptándose al fin que el real de plata fuese equivalente a diez décimos de cobre.

Muy pronto se hizo notar que la acuñación hecha en Birmingham no alcanzaba a satisfacer las exigencias del país, y que ellas demandaban hacer urgentemente una nueva emisión.

Los opositores a la acuñación practicada en el extranjero, redoblaron sus esfuerzos a fin de que ese trabajo se hiciera en Buenos Aires. Pero la gran dificultad estaba en la falta de medios para efectuarlo en esta ciudad.

A principios de 1824 acertó a llegar a Buenos Aires el fundidor y metalurgista inglés, Mr. John Miers, que se dirigia a Chile por la Cordillera con el objeto de colocar en aquel país un cargamento de utiles y herramientas destinadas a beneficiar los metales, y una maquinaria de último sistema para la amonedación.

El gobierno de que Rivadavia formaba parte, tenía grande interés en fomentar la industria minera y por su iniciativa se formó en Londres la famosa Compañia de Monedas Sud-Americanas, que tuvo, por cierto, fin bien desastroso.

La iniciativa y los trabajos de aquel eminente hombre de Estado, contribuyeron también a la formación de la Compañia de Minas de Famatina, de la cual tendré ocasión de ocuparme al estudiar la Casa de Moneda de la Rioja.

Tan luego como supo Rivadavia el objeto del viaje de Mr. Miers, trató de disuadirlo, a fin de que dejara la maquinaria en el país, indicándole Córdoba como el punto mas conveniente para establecer una Casa de Moneda.

Miers se excusó de acceder a lo que se le pedía, porque su cargamento estaba ya en viaje para Chile; pero prometió que una vez realizada su empresa, tornaría a Buenos Aires dispuesto a llevar a efecto cualquier arreglo con el Gobierno Argentino.

Las esperanzas que los agentes de Chile en Inglaterra habían hecho concebir al negociante inglés respecto a las utilidades que le reportarían la venta de las maquinarias, parece que quedaron defraudades, según el mismo Miers refiere en el libro que publicó en Londres en 1826 con el título Travels in Chile and La Plata.

A principios de 1825, regresó Miers a Buenos Aires dispuesto a contratar con el Gobierno la instalación de la maquinaria y accesorios que requería una pequeña Casa de Moneda.

El Gobierno del General Las Heras que había sido autorizado por ley de 15 de Noviembre de 1824 para gastar hasta la cantidad de 80.000 oesis eb náquinas y útiles para la fabricación de moneda, formalizó con Miers un contrato en virtud del cual este se comprometía a entregar el material mecánico necesario para establecer una Casa de Moneda, en esta ciudad, mediante la suma de 60.000 pesos en metálico y siendo cuenta del estado procurarle el edificio donde debía instalarse.

En Mayo de 1825 el General Las Heras se expresaba así dirigiéndose a la Asamblea: «Las máquinas y útiles necesario para la fabricación de la moneda, están ya prontos, y un contrato se ha firmado para montar el establecimiento en todo el año próximo venidero»

Mientras que Miers se procuraba en Inglaterra -a donde llegó en Junio de 1825- las máquinas que había contratado, el Gobierno se encontraba aquí en serios apuros por falta de metales acuñados. La moneda de plata había desaparecido casi del todo de la circulación, desde hacía ya largo tiempo, no solo porque con ella se pagaron los enormes gastos que el país había hecho durante la guerra de la Independencia, sino también y -contribuyendo a esto de manera muy sensible- por la falsa relación que en toda la América tenía la plata con respecto al oro.

Otra de las causas de la escasez de moneda de plata que aquejaba al país consistía en que-desde 1809 en que D. Juan VI dictó su famosa albará, que lleva fecha 20 de Noviembre de aquel año, y por virtud de la cual se asignó a los pesos españoes que se resellasen en las Casas de Moneda de Rio de Janeiro y de Baía, 960 reis o tres patacas en vez de los 800 reis que valían hasta entonces- se había establecido hacia el Brasil un verdadero drenaje de plata que duró muchos años.

El P. Luis Gonzalez dos Santos, historiador de ese reino, refiriéndose a los efectos de aquella ley dice: «La abundancia de moneda de plata fue tanta, que a pesar de circular en todo el Brasil, parece que nuestras minas de oro se transformaro en Potosí. Tan acertada y previsora fué la resolución del Principe Regente N.S.»

La operación de resello de esa corriente de numerario duró en el Brasil hasta 1821, calculándose lo resellado en más de 40.000.000 de pesos.

A estas causas se debió la escasez de moneda de plata y ella fué la que más contribuó a la facil colocación de los bieletes que pusieron en circulación el Banco de Descuentos primero y más tarde el Banco Nacional.

La moneda de cobre se había hecho tambien escasísima y el gobierno, comprendiendo la irregularidad y el perjuicio que envolvía el hecho de que el comercio diera vales y contraseñas representativas en monedas de vellón, dispuso que el Banco emitiera cédulas por valor de 10 y 20 décimos, las cuales debían ser convertidas a monedas de cobre tan pronto como los hubiera.

El 21 de Agosto de 1825, se pusieron en circulación estas cédulas impresas en la forma y tamaños que indica la lámina 1.

Hoy son rarísimos estos billetes, solo conozco los cuatro que figuran en mi colección y que me fueron regalados por el señor General Mitre.

Los periódicos de aquella época se lamentaban de la falta de cédulas de 5 décimos; pero estas nunca se emitieron.

El Banco de Descuentos se vió obligado a cerrar sus puertas y sobre sus ruinas se levantó el Banco Nacional en 1826.

El proyecto de ley que el Gobierno sometió a la Legislatura para crear esa institución disponía que solo el Banco estaría autorizado para acuñar moneda en todo el territorio.

Durante la discusion de esta ley el Diputado por la rioja se opuso a la sanción de ella, alegando que afectaba a los intereses de su Provincia; y esta oposición se acentó más, una vez que el proyecto fué ley de la República.

Deseando el Gobierno General evitar dificultades y no herir intereses públicos ni privados, como los de la Rioja, que habían de quedar comprometidos, pues que su Casa de Moneda no podría ya seguír acuñando metales-indicó al Directorio del Banco la conveniencia de comprar aquel establecimiento. Los Directores Capdevila y Alzaga fueron los encargados de entablar las negociaciones con los accionistas de aquella empresa; pero no hubo manera de llegar a un arreglo con la oposición del General Quiroga a que se realizada el negocio.

En Abril de 1826 llegó Miers con una parte de las maquinas contratadas, en momentos en que la plata y el cobre eran tan escasos que un peso en papel valía solo seis reales.

De acuerdo con el contrato se le entregaron 12.000 pesos, los cuales como 23.000 más que recibión el 19 de Junio del mismo año, le fueron pagados por el Banco Nacional, cargando ambas sumas a la cuenta del Estado.

La falta de moneda de plata indujo al Gobierno a hacer al Banco una singular propuesta: pretendía el Ministro que se acuñase por cuenta del establecimiento una moneda particular, suya, de plata, de una ley de un valor regular, de modo que ni fuera exportable ni ofreciese a los falsificadores ninguna ventaja.

El Directorio resolvió que así se haría cuando contara con los elementos necesarios para acuñarla.

El Banco fué autorizado para lanzar a la circulación la macuquina que tufiera en sus cajas, mientras no se pudiera hacer otro tanto con moneda de plata sellada.

No habian pasado muchos dias de esta autorización, cuando el mismo Gobierno pidió que se le entregaran cien mil pesos en aquella clase de moneda que tenía el establecimiento por ser urgente para tender a necesidades apremiantes del Estado.

Mientras que Mr. Miers se ocupaba en el desembarco de las máquinas ayudado por los elementos que le proporcionaba el Parque de Artilleria, era necesario resolver una serie de asuntos relativos a la nueva Casa de Moneda.

Nada estaba preparado; no existía más ley de monedas que la del año 1822; no se había estudiado la ley, el peso ni los atributos y leyendas correspondientes a las piezas que se pretendía acuñar; y por último, no estaban dispuestos los locales para instalar las máquinas, porque ni siquiera se había elegido la casa donde ésta debía establecerse.

Hubo, pues, de comisionarse al mismo Miers para que en union con el jefe de la Oficina de Ingenenieros buscara entre las propiedades públicas o privadas, una que fuese adecuada para el objeto que se proponia.

Entre tanto las máquinas que se iban desembarcando eran depositadas en el Departamento de Policia y en el Banco Nacional.

Una casa situada a los fondos del banco y con frente a la que hoy es calle de Piedad, fué elegida para instalar la Casa de Moneda, encargándose Miers de la ejecución de las obras necesarias para recibir las máquinas y fabricar los hornos de fundición.

El Directorio del Banco, así que empezaron los trabajos, nombró a D. J. M. Robles y a D. J. M. Gutierrez encargados de la contabilidad de la casa.

En Octubre de 1826 los edificios quedaron terminados y las máquinas instaladas; se procedió a nombrar grabador del establecimiento eligiéndose para ese puesto a Mr. M. Vincent, y nombrándose también ensayador a Mr. S. M. Charon, previo un contrato que se formalizó con él por el cual debía servir tres años gozando de un salario de dos pesos plata al dia, pagaderos por trimestres, en papel al tipo de cambio corriente.

Trece dias antes del plazo determinado en el contrato, Miers comunicó al Directorio que todo estaba pronto para empezar la acuñación de moneda.

En los primeros dias de Noviembre de 1826 se procedió al ensayo de la maquinaria en presencia del Directorio del Banco y algunas personas notables de la ciudad, que fueron invitadas al efecto.

En los primeros dias de Noviembre de 1826 se procedió al ensayo de la maquinaria en presencia del Directorio del Banco y algunas personas notables de la ciudad, que fueron invitadas al efecto.

Los hornos de fundición, los laminadores, las máquinas de punzonar y cortar fueron puestas en movimiento, habiéndose preparado varios cuños como ensayos de moneda y otro para acuñar una medalla conmemorativa de la inauguración de la casa.

Hasta esta época las medallas abiertas en esta ciudad habian sido fundidas, como las de la jura de los reyes durante la dominación española; otras cinceladas como el escudo de Perdriel, estampadas como las del sitio de Montevideo o grabadas como las de San Luis.

La medalla que se iba a sellar era de cobre de 230 milímetros de diámetro. En el anverso tenia esta leyenda: LA CASA DE MONEAD DE BUENOS AIRES; en el campo un balancín; en el reverso: PRIMER ENSAYO DE LA MAQUINARIA; y en el campo en tres lineas D. JUAN MIERS CONSTRUCTOR,1826. Esta medala se reproduce en facsimil en el encabezamiento de este trabajo. A poco de empezar la acuñación sobrevino un accidente en el balancin. La base de hierro fundico en que reposaba se rompió en varios pedazos. Fué ésta una verdadera contrariedad para todos y especialmente para Miers; pero se reconoció que tratándose de un hecho fortuito, lo que debía hacerse era procurar remediarlo lo más pronto posible.

Aunque reconstruir la base rota no era cosa fácil en aquella época por la falta de establecimientos de fundición, se resolvió que los trabajos comenzaran en la Maestranza del Parque, contándose con que el Gobierno facilitaría unos cañones viejos de hierro para aprovechar el metal.

Puestos a las órdenes de Miers todos los elementos, logró éste fundir y ajustar la nueva base, en un plazo relativamente corto, de modo que los trabajos de acuñación pudieron dar comienzo.

Mientras tanto el Gobierno había dispuesto que se fabricaran piezas de cobre de a 20, de a 10, de a 5 y de a 2 1/2 décimos. Los de a 20 y a 10 décimos debían llevar en el anverso y dentro de un círculo esta leyenda: ARDESCIT ET VIRESCIT; en el campo un fénix entre llamas reviviendo de sus propias cenizas; en la parte superior de éste un sol naciente; y en el reverso esta inscripción: BANCO NACIONAL; rodeado de un globo entre laureles con esta cifra en el centro: 20 DECIM (o 10 DECIM) según el valor de las piezaz; y en el exergo BUENOS AIRES 1827.

Las piezas de a 5 y a 2 1/2 décimos eran distintas: llevaban en el anverso rodendo el campo BANCO NACIONAL, y en éste 5/10 en esta forma, o 1/4 según el valor, y en el reverso entre laureles BUENOS AYRES, 1827 en tres lineas paralelas.

Las operaciones de acuñación se hacían con toda regularidad, de modo que el Gobierno pudo ordenar sin inconveniente que el 26 de Marzo de 1827, que fueran convertidas desde luego las cédulas representativas de moneda de cobre que se emitieron en 1825, y que los décimos de 1822 y 1823 se cambiaran por los nuevamente selladas.

Al hacerse la conversion de las cédulas se notó que las había falsificadas en circulación. Pero el Directorio del Banco, sin duda para allanar todo obstáculo, dispuso que fueran convertidas también.

Cuando se contrató la maquinaria que necesitaba la Casa de Moneda, no se contó con que hacían falta herramientas y útiles manuaes para complementar el trabajo mecánico; de manera que ésto procuró a Miers ocasión de un nuevo negocio. Junto con las máquinas que trajo aquellos útiles, los ofreció al Banco y le fueron comprados con arreglo a la tasación que de ellos hizo Mr. Lampy.

El Directorio del Banco estaba satisfecho de la buena voluntad que ponía Miers en la dirección de los trabajos, pero los útiles manuales con que se contaba no eran suficientes para seguir cumplidamente las labores, y esto impulsó al Banco para que desde luego contratase con el mismo Miers la adquisición de otros nuevos, abonándole al efecto la cantidad de 15.000 pesos, y deseoso de ampliar todavia más la extensión de los trabajos, autorizó al Director Sr. Costa para que concertase la adquisición de nueva maquinaria.

Despues de varias conferencias se convino con Miers en formalizar un nuevo contrato teniendo en cuenta que el resto de las máquinas encargadas en 1825 no se había recibido por que el bergantín Williams and Henry que las transportaba, habiendo encontrado el puerto en bloqueo por la escuadra brasilera, fué despachado a Rio Janeiro.

En vista de esto se resolvió que Miers se trasladase a dicha ciudad con objeto de reclamar la devolución de mas máquinas; lo que en efecto se hizo a fines de Junio de 1827.

Los Directores del Banco habían acordado con el contratista que si lograba la entrega de las máquinas secuestradas en Rio Janeiro y podia introducirlas en Buenos Aires se le abonarían 2000 lbs. est. por ellas y 4000 pesos además, por sus trabajos en la dirección de la Casa de Moneda durante seis meses. Se acordó también que en el caso de no poder traerse las máquinas, Mr. Miers quedaba autorizado para encargar otras en Inglaterra, las cuales deberían entregarse en Buenos Aires dentro de los 18 meses subsiguientes a la salida de él para Brasil.

Una última resolución se tomó antes de la partida de Miers, y fué que diese garantía por las sumas que se le habían entregado; lo que hizo en efecto ofreciendo como fiadores a los señores Tomás Fair, Tomás Dugget y Félix Castro.

Después de la salida de Miers, el personal de la Casa de Moneda continuó por algun tiempo las labores de una manera regular; pero a finales de 1828 se reconoció que el fundidor, bien sea por incompetencia u otras causas, no hacía tanto trabajo como era justo que se le exigiese. De modo que el Directorio creyó conveniente a los interes del establecimiento, que se pagase a aquel operario una proporción del cobre que fundiera en vez de un jornal fijo como hasta entonces.

Pero este cambio no sirvió para nada, pues que unos cuanto meses más tarde el Sr. del Sar, bajo cuya vigilancia estaba la Casa de Moneda, dio cuenta al Directorio de que el fundidor no hacía los trabajos que se le encomendaban, y lo que era mas grave aún, se había insubordinado, haciéndose indispensable tomar medidas enérgicas a fin de conservar la disciplina del personal.

El Directorio, tomando en consideración las indicaciones del Sr. del Sar, y a propuesta del Sr. Arroyo, dispuso en sesión de 7 de Septiembre de 1828 que se suspendiesen los trabajo de la Casa de Moneda teniendo en cuenta que se había sellado ya el equivalente a 271.412 pesos corrientes, que agregados a la suma acuñada en Inglaterra, representaban una cantidad mas que suficiente para satisfacer las necesidades del país, y que por lo tanto estaba cumplido el objeto que se propuso el Gobierno al ordenar la acuñación de moneda en Marzo de 1826.

Esta resolución, que debaja cesante a todo el personal de la Casa de Moneda, fue acompañada de otra ordenando al empleado de la contabilidad señor Robles que en compañia del veedor se recibiese bajo inventario de las máquinas del establecimiento.

Hay que convenir en que esta brusca resolución del Directorio, por virtud de la cual quedó suspendido de golpe el financiamiento de la Casa de Moneda, era una medida tomada muy a la ligera, tanto que pocos dias despues ese mismo Directorio se vió obligado a contratar con el ensayador Charon, para que se redujese a barras el cobre existente y terminara las faenas empezasdas. Por esta contrata que se le autorizaba tambien para usar en sus trabajos particulares las máquinas del establecimiento, con tal que las conservase en buen estado y sin que el Banco tuviese necesidad de hacer ningun gasto.

Mientras tanto el fundidor Mr. Inglis acudió a los tribunales reclamando daños y perjuicios: alegaba que teía hecho contrato verbal con el Banco y que éste no podía despedirle sin indemnizarle.

El Directorio deseando evitar un pleito llamó a su presencia a Inglis y, despues de una larga discusión, se llegó a un arreglo por el cual el fundidor quedaba fuera del establecimiento.

Aunque como ya he dicho, habían esado los trabajos de acuñación, los señores directores del Banco D. Roque del Sar y D. Mariano Andrade, bajo cuya superintendencia había estado la Casa de Moneda, advirtieron que los hornos de fundición estaban deteriorados, y que los laminadores necesitaban serias reparaciones. Dieron cuenta de esto al Directorio y éste dispuso que se procediera a la refacción de los desperfectos contratando los trabajos con Charon por la suma de 10.000 pesos, comprendiéndose en ello no solo las composturas de los hornos y laminadores, sino también el laminaje de todo el cobre existente y 5000 lbs. más en lingotes que el Banco había comprado.

El contratista recibió en calidad de anticipo 5000 pesos garantiéndole Mr Beguin, y una vez que los trabajos estuvieron adelantados, se le abonaron 2000 más, sin garantía.

Cuando ya tocaban a su término las obras y Charon reclamó el saldo de 3000 pesos con arreglo a su contrato, los señores Andrade y del Sar declararon que los trabajos estaban mal ejecutados; esto dió lugar a largas y enojosas cuestiones que ocasionaron la retirada del contratista reclamando que se tasaran las reparaciones hechas.

En medio de tantas dificultades, Mr. Place anunció al Directorio en Agosto de 1829, que las máquinas contratadas con Miers habían llegado de Inglaterra. Procedióse enseguida a la descarga de ellas -que importó 542 pesos más 210 que fue menester pagar por estadías-.

A la llegada de Miers se le encomendó no solo de la dirección de la Casa de Moneda sino también de la instalación de la nueva maquinaria, disponiéndose al mismo tiempo el sello de los blancos que existían en el establecimiento, con los cuños antiguos, pero cambiándoles la fecha por la del año 1830. Se resolvió también que los décimos de 1822 y 1823 se fundiesen, dándose por razón que eran de un cuño y de una ley distintas a los que regía entonces,y que asimismo se acuñase todo el cobre existente en depósitos.

Como se vé, con la llegada de Miers dió comienzode nuevo la acuñación de cobre. El Directorio dispuso que diariamente se entregasen a la circulación 250 pesos en moneda de aquel metal, dándole a casa persona que lo solicitara, hasta la cantidad de cuatro pesos en cambio de papel.

Miers, que había instalado ya las m´quinas y cumplido su contrata, pidió que se le cancelase la fianza que había dejado y que se le entregaran las 2000 lbs., que se le adeudaban; y así lo ordenó el Presidente del Banco señor D. Ramón Larrea declarando que había cumplido a satisfacción del Directorio los compromisos que tenía con el establecimiento.

Con la salida de Mr. Vincent se resolvió encargar del taller de grabado a Pedro Miranda, de origen peruano y que había sido ayudante de aquél, abonándose por cada par de cuños que grabara la suma de 80 pesos.

A mediados de 1830 había gran escasez de barras y láminas de cobre necesarios para la acuñación de moneda, de modo que se aprovechó cierta cantidad de ese metal que existía en el Parque, acreditando su importe en cuenta al Gobierno a razón de 2 pesos por cada libra, e igualmente se destinaron al mismo objeto las planchas que poseía el Banco para el grabado de billetes.

Esta falta de cobre en barras, y la imperfeccion y carestía de los trabajos de fundición y laminage,-que no solo importaban mucho, sino que se hacía tan malamente, que muchas veces, la Tesoreria había detenido por defectuosas gran cantidad de piezas faltas de peso y que por necesidades urgentes hubo menester lanzarlas a la circulación, indujo al Direcotrio a pedir a Inglaterra discos de aquel metal, de tamaño conveniente para sellarlos aquí. Se creía que de ese modo no solo se economizarían los gastos sino que la moneda sería de tamaño y peso uniformes.

A principios de 1831 legaron las primeras partidas de estos discos que fueron introducidos libres de derechos. ( La lán II, figs 1,2,3 y 4 representa el tipo de monedas acuñadas de 1827 a 1831)

Las relaciones con la Casa de Moneda de la Rioja eran cordialísimas, tanto que el señor Costa que la representaba obtuvo a préstamo uno de los volantes de la de Buenos Aires. Pero más tarde, al reclamársele la devolución de él, no hubo medio de recobrarlo.

Desde la salida de Miers, la Casa de Moneda marchaba mal: se resentía la falta de una dirección técnica competente: se repetían incidentes iguales a los de 1828; de modo que el señor del Sar, siempre celoso y asíduo, propuso al Directorio a fines de 1831 que se suspendiera la acuñación hasta tanto él presentara un reglamento en el cual se determinasen los deberes y atribuciones de los empleados.

La prudente observación del Director del Sar fué atendida y resuelta la clausura de los trabajos: pero antes debía la Casa de Moneda entregar a la Tesorería convertidas en piezas selladas las 6600 lbs. de cobre en discos que acababan de llegar de Inglaterra.

En Octubre de 1832 se ordenó definitivamente la cesación de los trabajos de la Casa de Moneda. Pero esta órden fué hasta cierto punto letra muerta, porque con el reducidisimo personal que se dejó en el establecimiento para conservar el buen estado máquinas y útiles, siempre que se podía reunir metal se acuñaba en cantidades más o menos considerables. Esto duró hasta el año 1835. Hasta esta fecha se hacían los trabajos bajo la dirección de Miranda y se sellaba empleando los cuños existentes que llevaban fechas de 1827 a 1835. (1)

(1) Debo hacer notar que en las piezas de 20y de 10 décimos se ha hecho uso de cuños que difieren entre sí: en unos hay un sol naciente en la parte superior y en otros no.

En 1835 cesaronpor fin de una manera completa las labores del que podemos llamar primer periodo de la Casa de Moneda, habiéndose sellado en ella y recibido en Tesorería desde 1827 a 1835 cobre que representaba en papel un valor de 448.938 pesos 6 1/2 reales, cuyo importe se acreditó a la partida cobre en circulación y se debitó al Superior Gobierno.

Cesada la acuñación de moneda, el Directorio del Banco, en vista de los buenos servicios del grabador Miranda, lo autorizó también para que ocupase unas de las dependencias de Casa de Moneda con objeto de que allí pudiera dedicarse a trabajos personales.

En Mayo de 1836 el Gobierno de Rosas dictó un decreto mandando liquidar el Banco Nacional y disponiendo que continuaran las operaciones bancarias por cuenta de una institución completamente oficial que se titularía Casa de Moneda.

La depreciación de los billetes de la nueva institución era tan grande como la de los extinguido Banco Nacional, sino mayor aún.

No cuadra a mi propósito ocuparme de los motivos porque ésto sucedía; pero si entra de lleno en él, analizar la causa por la cual, a medida que el papel se depreciaba, la moneda de cobre se hacía más escasa en la circulación.

Una parte del público que estaba a papel, previendo una mayor depreciación de los billetes se puso a cobre; es decir, adquirió con aquellos el equivalente de moneda de este metal, porque teniendo este un valor intrínseco, era preferible al billete, simple tira de papel sin más garantía que la fé del Gobierno de Rosas. Muchos comerciantes procedían en esta forma: recogían el cobre y, como su valor intrínseco era mayor que su equivalente en moneda papel lo exportaban realizando un proyecho seguro.

El Gobierno se dió cuenta de que eran éstas las cusas de la emigración de la moneda de cobre y dictó un decreto en 1838, imponiendo severas penas a los que tuviesen en su poder más de 500 en metálico, y pohibiendo por completo la exportación de él. En este mismo decreto estableció una serie de medidas tendientes a que la moneda de cobre no fuera retirada de circulación.

Pero ningun resultado práctico dieron estas disposiciones, pues el público se veía obligado a recibir los vales que el reemplazo de cobre emitían los negociantes.

Con esta situación, en el mes de Enero de 1840, el Ministro de Hacienda se dirigió a la Casa de Moneda, preguntando si sería posible la acuñación de cobre. El presidente del establecimiento, después de someter el asunto al estudio de una comisión de directores, contestó afirmativamente.

Debido a esta respuesta, el Gobierno dictó un decreto en 11 de febrero de 1840, en el cual decía en el único considerando: «Siendo de urgente necesidad reemplazar la cantidad considerable de moneda de cobre que ha desaparecido de la circulación, para aliviar a la población de los perjuicios que sufre y corta el perjudicial abuso que se ha introducido de emitir cédulas arbitrarias bajo la sola garantía privada, el Gobierno en vista de lo expuesto por la junta de Administración de la Casa de Moneda, y de conformidad con el dictamen del Consejo de Hacienda, ha acordado y decreta:»

Por virtud de esta disposición gubernativa, la Casa de Moneda quedó autorizada para sellar 400.000 pesos en cobre, que empezarían a circular a medida que estuviesen acuñados, y debiendo retirarse las cédulas emitidas por los particulares antes del 30 de Abril de aquel mismo año.

El Directorio de la Casa de Moneda, tomó toda clase de medidas para dar inmediato cumplimiento a la resolución del Gobierno. Al efecto, nombró Director técnico del establecimiento a Mr. Isaac Smith, asignándole un sueldo de dos pesos en plata al día; y volvieron a ocupar suspuestos los antiguos empleados de la Casa. La mayor dificultad era la falta absoluta de cobre, pues que en la plaza no lo había, ya fuera en barras o laminado.

Ante este obstáculo tan serio y con el deseo de cumplir cuanto antes lo dispuesto por el Gobierno, se resolvió comprar una partida de planchas de aquel metal que poseía D. Nicolás Anchorena, las cuales planchas, aunque muy delgadas, podían servir para acuñar la nueva moneda. Así lo hizo pagándose por ellas a razón de tres pesos por libra, una parte en metálico y otra en papel.

No conozco ley, decreto, ni resolución del Directorio del Banco, que establezca la ley, peso, dimensiones y leyendas de esa moneda que se debía sellar. De modo que para decirbirla me valdré de los ejemplares que tengo en mi colección numismática. La moneda sellada en 1840, fué de 2, 1 y 1/2 real. (Lám. III, figs. 5, 6 y 7, iguales al Nº5 se acuñaron en 1844).

Las piezas de dos reales pesaban 6,25 gramos y su diámetro era de 320 milímetros. En el anverso y en el campo entre gajos de palma llevaban escrito 2 Rs. en dis líneas; y por leyenda ¡VIVA LA FEDERACIÓN!-1840.-En el reverso, en el campo entre corona de laurel DOS REALES, en dos líneas y en torno CASA DE MONEDA-BUENOS AIRES.

Los de un real pesaban 4 gramos y tenían por diámetro 260 milímetros. En el anverso y en campo entre gajos de palmas llevaban escrito en dos líneas 1. R. Y por leyenda ¡VIVA LA FEDERACIÓN!-1840. Y en el reverso, en el campo entre corona de laurel UN REAL, en dos líneas, y esta leyenda en derredor: CASA DE MONEDA-BUENOS AIRES.

En las monedas de medio real el peso era de 2,50 gramos y el diámetro 225 milímetros. En el anverso y en el campo, entre gajos de pal,a llevaban 5/10 y por leyenda ¡VIVA LA FEDERACIÓN!-1840-Y en el reverso entre corona de laurel MEDIO, y en rededor CASA DE MONEDA-BUENOS AIRES.

Los troqueles para las monedas de dos reales fueron abiertos por el grabador José Rauseau, y se le abonaron a razon de 350 pesos por cada par de cuños.

Los de uno y de medio real los grabó D. Pedro Miranda, mediante el precio de 210 pesos por cada par de cuños.

El cobre sellado en virtud del decreto de 1840, empezó a ciruclar af ines de Abril del mismo año, habiéndose dispuesto que se acuñara hasta al suma de 200.000 pesos en piezas de dos reales, 100.000 de uno y 100.000 de medio real.

En 1844, considerando el Directorio del Banco que la moneda que se sellaba ese año no era regular que llevase la fecha de 1840 en vez de la que se correspondía a la época de su fabricación dispuso que en las piezas de dos reales se estampara la de 1844.

Hasta Diciembre de 1845 no cesó la acuñación ordenada en 1840, habiéndose sellado en este espacio de tiempo el equivalente de 419.064 pesos. Desde entonces quedaron paralizados de nuevo los trabajos de la Casa de Moneda.

Sin embargo, el Directorio se preocupó en 1848, de volver a acuñar, alegando entre otras razones, que la fabricación de un peso en cobre costaba menos que la de uno en papel, y de ahí nació que se pidiese autorización al Gobierno para encargar a Europa planchas de metal laminado bastante para sellar 500.000 pesos.

Aunque el Gobierno accedió solicitado por el Banco, no me consta que se hiciera ese pedido de metal; pero sí puedo afirmar que no se volvió a acuñar moneda hasta después de la caída de Rosas en 1852.

Pocos días despues de la revolución del 11 de Septiembre de ese mismo año, el Directorio del Banco se dirigió al Gobierno en demanda de nueva autorización para fabricar moneda de cobre hasta la suma de 1.000.000 pesos, y acordado que le fué, encargó al Sr. Weller de Londres, cinco mil chapas de cobre para aquel objeto, pagandolas a razon de 11 1/2 peniques la libra.

Las monedas que se trataba de acuñar serían de dos reales y de uno, debiendo tener respectivamente un diámetro de 320 milímetros y un peso de 7.90 gramos.

En el anverso llevarían esta leyenda: PROVINCIA DE BUENOS AIRES; en el campo entre corona de laurel 2, y en el reverso CASA DE MONEDA-DOS REALES, en derredor, y en el centro o campo entre laureles: 1853 (Lám. III, fig. 8)

De este mismo tipo fueron selladas:

En 1853 piezas de dos reales equivalentes a $148.900 m.c.
En 1854 piezas de dos reales y de uno equivalentes a $270.408 m.c.
En 1855 piezas de dos reales y de uno equivalentes a $153.200 m.c.
En 1856 piezas de dos reales y de uno equivalentes a $120.450 m.c.

Por ley de 25 de Octubre de 1854 se dió a la Casa de Moneda una nueva organización y se llamó en adelante Banco y Casa de Moneda.

A pesar de los disturbios y de la guerra civil que tanto agitaba al país, las operaciones de la institución reformada adquirieron gran desarrollo. El Ministro de Hacienda, Sr. N. de la Riestra, indicó al Directorio la conveniencia de acuñar oro y plata, pero no considerando el Banco oportuno el momento, diferió el Banco el proyecto para época más adecuada.

La nueva Dirección del establecimiento inspiraba tanta confianza al públicopor la importancia de las operaciones que efectuaba, que no solo se le tenía en concepto de poseedor de capitales bastante para entregarlos al comercio, sino que también se le creía capaz de hacer la acuñación de metales en grande escala. Sin duda abrigaba estas mismas ideas D. Rufino de la Serna cuando en 1855, representando a su hermano D. Juan Francisco, pidió que se acuñara en el establecimiento monedas de 40, 20 y 5 reis empleando 800 quintales de cobre, que entregaría con ese objeto.

El Directorio no pudo acceder a ese pedido porque no solo estaban en mal estado los hornos de la fábrica, sino que además apenas bstaban las máquinas para la acuñación del metal propio del establecimiento.

La moneda sellada desde Julio de 1853 hasta Diciembre de 1856 fué el equivalente a 692.958 pesos moneda corriente, resolviendo el Directorio en esta última fecha que cesara la acuñación. Cuatro años más tarde fue ncesario empezar nuevamente a sellar piezas de dos reales, y al efecto, se abrió un nuevo cuño diferente al anterior, con el cual se fabricaron monedas de igual peso y diámetro que las antiguas, pero con variantes en las leyendas.

En el anverso tenian estampado: BANCO Y CASA DE MONEDA-BUENOS AIRES. En el campo entre corona de laurel 2 Rs. En el reverso entre gajos de laurel DOS-REALES-1860, en tres lineas (1). Se lanzaron a circulación 37.777 piezas de las que he descrito, y que representaban 151.000 pesos moneda corriente.

(1) Tanto en este tipo como en el del 1853 a 1856, se observa que los grabadores no tenían punzones para estampar de una vez los gajos de laurel, sino que los formaban con útil imperfecto que solo permitía grabar hojas. Esta es la causa de las diferencias que se notan comparando entre sí monedas de aquelas emisiones

Con este mismo cuño, sin más diferencia que la de llevar el año 1861 se fabricaron 50.187 piezas de a dos reales que equivalían a 200.730 pesos moneda corriente.

Estas monedas de cobre fueron las últimas que sellaron las prensas de la Casa de Moneda de Buenos Aires (Lám. III, fig. 10).

Si sumamos las diferentes partidas de cobre acuñado, desde 1827 a 1861, convertidas a papel moneda corriente en las diversas épocas en que han sido selladas, y sin tener encuenta la depreciación de los billetes que servían de unidad a la moneda de aquel metal, tendremos que según los libros del Banco ascienden a 1.912.689$ 6 y 1/2 reales.

Esta suma en la cual no me ha sido posible determinar el valor de cada una de als piezas de cobre que la forman, fue convertida en Septiembre de 1883 a moneda nacional, anotándose en los libros del Banco como cobre en circulación la suma de 79.058 pesos nacionales.

Hecha esta reduccion tan arbitraria como se quiera, restandome solo consirnar que del cobre sellado, nada más se ha recogido hasta al fecha que un valor representativo de 138.000 pesos moneda corriente, equivalente a 5.704 pesos moneda nacional, habiéndose pedido por tanto en circulación la suma de 73.354 pesos nacionales.

Debo añadir que las prensas que trajo Miers en 1826 no solo sirvieron para fabricar la moneda de que es objeto este estudio, sino que ademas todas las medallas acuñadas en Buenos Aires desde 1827 hasta la caida de Rosas, también fueron selladas con ellas en la Casa de Moneda, puesto que éstas eran las únicas máquinas que existian en el país hasta que en 1840 un industrial francés introdujo una destinada a la fabricación de botones y adornos de uniformes militares, la cual mucho tiempo después fué adquirida por el platero Argüello, que la transformó en prensa para acuñar medallas.

Existen en el archivo del actual Banco de la Provincia las órdenes del Gobierno de Rosas para que se hicieran las medallas de la expedición del Desierto, la de la división del Coronel Pacheco, y algunas más; he tenido ocasion de ver también las cuentas que acreditan el valor que por ellas se cargó al Gobierno; pero respecto de otras medallas militaresde esa misma época acuñadas allí por intermedio del platero Macías, solo tengo noticias bastante difusas que he encontrado en la misma dependencia del establecimiento.

Aun después de 1852 se fabricaron medallas para escuelas, la conmemorativa de la Constitución de 1854, y la de la Exposición Agrícola de Palermo, cuyos cuños abrió el grabador Guilaume por encargo del presidente de la comisión de ese concurso, Sr. Gervasio de Posadas.

La última medalla acuñada en las prensas del Banco de la Provincia, fué la llamada del Album Villalba que grabó Cataldi en 1865.

En 1867, realizada la unión nacional, infiltrado en la población obrera el hábito del ahorro, poblados de nuestros campos y floreciente nuestro comercio, merced al apoyo que le prestaba el Banco de la Provincia, el Directorio del establecimiento consideró que era llegado el caso de construir un nuevo edificio que llenara las necesidades que se sentían por la falta de local apropiado. Aceptado el proyecto del arquitecto Sr. Enrique Hunter, se dió principio inmediatamente a desocupar el localen donde existía la Casa de Moneda y se remitieron a los talleres del ferro-carril del Oeste (Corrientes y Centro América) las siguientes máquinas:

3 prensas de acuñar, 2 máquinas de cortar chapas, 2 máquinas de acordonar, 3 tornos, 2 máquinas de laminar, 1 máquina de agujerear y una cantidad de piezas de repuesto, troqueles, herramientas y todos los útiles que constituían aquella repartición del Banco. Se remitieron también cuatro prensas que habían servido para la impresión de billetes.

Todo este material fué depositado a la intemperi en los patios de los talleres; y después de varios meses se anunció la venta en remate público. Algunas de las máquinas fueron vendidas a precio vil, y las que ni así pudieron colocarse, se destinaron a fierro viejo y desaparecieron poco a poco.

Hoy nada queda ya del material de la Casa de Moneda: apenas se han salvado algunos cuños que se convervan en el archivo del Banco, y que me parece deberían destinarse al Museo de La Plata. Casi nada resta de la antigua institución.

El coloso que justamente llamábamos el tercer establecimiento bancario del mundo, está caído, pero no muerto. Aunemos las fuerzas, juntemos las voluntades, a fin de que se levante de nuevo, y esperemos que los gobiernos que nos rigen, animados de ese mismo espíritu patriotico, nos ayuden en la tarea de regenerar una institución que está ligada a nuestra historia, y que por lo tanto representa una gloria del país.

ENRIQUE PEÑA.

Este artículo, bajo la autoría de Enrique Peña, es la transcripción textual del publicado en la Revista del Museo de La Plata (Vol.VI, 1895 PP 25-44)